Un nuevo hogar: Estados Unidos como una tierra de oportunidad queer

 

Las personas asumen que todos los inmigrantes mexicanos llegan a los Estados Unidos en busca de oportunidades económicas. Aunque eso es cierto para algunos, otros venimos por una razón completamente diferente: queremos vivir en una sociedad más liberal. Cuando era adolescente dejé México y me mudé a los Estados Unidos, motivado por la anhelada libertad de ser mi verdadero yo y vivir una vida sexual y románticamente libre. Afortunadamente, desde mi llegada, he podido construir precisamente este tipo de vida debido, en gran parte, a la cultura estadounidense de libertad e igualdad.

Fui criado en la Ciudad de México por mi abuela, la cual era testigo de Jehová. Aunque era una persona buena y cariñosa, a menudo se escudaba en sus creencias religiosas para decirme cosas hirientes: "Dios no aprueba a los maricones", decía; "¿cuándo vas a tener una esposa y empezar a tener hijos?". Debido a estas actitudes, luché contra la vergüenza, la culpa y el miedo cuando me di cuenta de que era bisexual. Sabía que podría casarme con una mujer, pero también sabía que no tenía que hacerlo. De cualquier manera, sabía que ciertamente no tendría hijos a una edad temprana. Sin embargo, nunca sentí que pudiese hablar con mi abuela sobre ninguna de estas cosas porque, a pesar de su énfasis en la procreación, el sexo era un tema tan tabú que ni siquiera se discutia.

Debido a la manera en que fui criado, fue difícil procesar mis sentimientos en torno a mi sexualidad. Quería disfrutar de nuevas experiencias, pero hacerlo era un desafío sin las herramientas que ofrece una educación sexual adecuada. Durante mi adolescencia tuve dos novias con quienes traté de abordar el tema, pero cuando confesé mis atraccion hacia el mismo sexo, sus reacciones fueron muy negativas, lo que me hizo sentir aún más inseguro. Cuando encontré en mi camino a otros hombres queer, a menudo parecía que se ocultaban detras de una máscara y estaban preocupados por tratar de demostrar que eran "hombres de verdad" debido a la forma en que la masculinidad, a menudo, está ligada al comportamiento heteronormativo en México.

Yo también tenía miedo de ser percibido como algo menos que “un hombre”, por lo que solo pude explorar mi atraccion hacia el mismo sexo bajo la influencia del alcohol en varias fiestas y raves por la ciudad. En pocas palabras, fue un desastre vivir en esas condiciones. Sin embargo, poco a poco superé las actitudes negativas de mi infancia y empecé a pensar por mí mismo. Para entonces, ya había aceptado el hecho de que era bisexual, pero todavía tenía miedo de expresar mi sexualidad frente a mis amigos y familiares en Méxíco.

Durante mi adolescencia empecé a escuchar mucha música: Los Beatles y Pink Floyd eran mis favoritos. Cuando era niño, había estudiado inglés en una escuela privada, pero mi madre (que vivía en los Estados Unidos) dejó de pagar mi educación y tuve que cambiarme a una escuela pública. Estaba devastado, pero seguí enseñándome mientras buscaba el significado de las letras de mis bandas de rock favoritas. Fue de esta manera que me enamoré de la cultura estadounidense, la cual me sorprendió debido al contraste que tiene con la cultura mexicana. Particularmente, me encantó lo introspectiva e individualista que parecía. Las letras de los músicos estadounidenses me hicieron soñar con una vida libre, donde podía ser mi verdadero yo.

A finales de mi adolescencia, tuve la oportunidad de emigrar y mudarme con mi madre y su nuevo marido al sur de Oregón en Estados Unidos y poder acudir a la escuela. Por supuesto, estaba agradecido a mi abuela que me crió (y a quien todavía veo como mi madre de alguna manera), pero no podía dejar pasar la oportunidad de mudarme al país que había llegado a amar a lo lejos. Era un cambio dramático en mi vida y tenía grandes esperanzas. Pero resultó que mudarme a los Estados Unidos me cambió aún más de lo que podría haber imaginado.

En los Estados Unidos, mis compañeros en la preparatoria aceptaban mucho más la diversidad sexual y romántica. Incluso mis amigos heterosexuales se sentían más cómodos con su masculinidad. No sentían la necesidad de realizar demostraciones de virilidad (o "machismo", como lo llamamos en México). Por ejemplo, entendían que ser menos atlético o más artístico no significaba que fueran menos hombres. Esto me pareció tan natural y obvio, a pesar de que mis viejos amigos en México no lo veían de esa manera. En este nuevo entorno social, finalmente me sentí libre para salir como bi. La lucha no desapareció de la noche a la mañana, pero estar en un entorno menos restrictivo me ayudó a resolver mis problemas. Pude verme como un hombre tanto queer  como masculino, lo cual fue liberador.

Por supuesto, no todos en los Estados Unidos tienen la misma cultura e información o son igual de positivos en cuanto al sexo, tampoco todos  comparten esos ideales los aceptan en el mismo grado que los demás. Del mismo modo, no todo el mundo en México está sumergido en la queerfóbia y la negatividad sexual. Sin embargo, el contraste que experimenté entre estos dos lugares fue fundamental en mi proceso para salir del clóset porque me mostró una gama más amplia de actitudes aceptables. La Ciudad de México es uno de los lugares más progresistas de América Latina. Sin embargo, esta pequeña ciudad del sur de Oregón aceptaba mucho más las expresiones de género y sexualidad diferentes a lo heteronormativo tradicional. Me sorprendió mucho que esta comunidad de Oregón, que es casi completamente blanca, resultó más amigable para un adolescente queer de piel morena.

Creo que esta diferencia cultural tiene sus raíces en la creencia por una democracia liberal en los Estados Unidos. He aprendido que los fundadores de la república estadounidense consagraron, en su Constitución, el derecho de todas las personas a vivir y profesar la religion que ellos quieran, lo cual explica la mayor diversidad de opiniones con respecto al sexo y la sexualidad. No es de extrañar que estos valores estadounidenses se hayan extendido a lo largo y ancho. Estos son la razón por la que he emigrado aquí. Vine porque en mi corazón soy estadounidense, porque Estados Unidos es una idea a la que aspirar y no simplemente un trozo de tierra. En Estados Unidos soy libre de ser abiertamente yo y puedo quitarme la máscara. Fue el final de un capítulo desafortunado pero necesario de mi vida.

A veces siento que nadie le da a la gente queer el suficiente crédito por los años que pasan detrás de una máscara. No es cobarde esconderse cuando uno está en peligro. Se necesita fuerza para renunciar a años de nuestras vidas, a veces a toda nuestra juventud, y en algunos casos, a mucho más que eso. No es vergonzoso tener miedo, lo que es vergonzoso es el miedo que la sociedad nos inculcó durante demasiado tiempo. Es humano, a veces, sospechar de aquello que es diferente a nosotros, pero se vuelve dañino cuando se nos hace temer a lo que se encuentra dentro de nosotros mismos. Mudarme a Estados Unidos me ayudó a aceptarme y, finalmente, a perdonar a mi abuela por inculcarme ciertas cosas que me hicieron no quererme a mí mismo. También me hizo darme cuenta de que necesitamos ser críticos y elevar nuestro pensamiento.

La mentalidad de "nosotros contra ellos" únicamente divide a las personas. Todos somos humanos. Nuestras similitudes son mayores que nuestras diferencias. La democracia se trata de unirse, encontrar un terreno común y respetar nuestras diferencias. Si bien es cierto que una obstinada minoría de estadounidenses tiene puntos de vista teocráticos similares a los que sus antepasados tuvieron al huir de Gran Bretaña y similares a los que enfrenté en México; espero que la mayoría de los estadounidenses que creen en la libertad y la igualdad para todas las personas, defiendan de los derechos de los inmigrantes como yo, que vienen a este país y ser libres justo como ellos lo son.

Publicado el 30 de mayo, 2019
Actualizado el 24 de enero, 2023

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Diana Ramos